Sábado 28 de octubre, Fiesta de San Simón y San Judas, apóstoles.
De la carta
de san Pablo a los Efesios 2, 19-22 - Salmo 18,2-3.4-5
Lectura del
santo evangelio según san Lucas 6, 12-19
Había una pequeña aldea
enclavada en las montañas, donde la gente vivía en paz y armonía. Cada año, en
la fiesta de San Simón y San Judas, los habitantes se reunían en la iglesia del
pueblo para celebrar la generosidad y la compasión, dos virtudes que estos
apóstoles habían representado en sus vidas.
Un año, un forastero llegó al
pueblo justo antes de la festividad. Era un hombre solitario, con una mirada
cansada en sus ojos y la ropa harapienta. Nadie sabía quién era ni de dónde
venía, pero los aldeanos decidieron darle la bienvenida y permitirle unirse a
la celebración.
La víspera de la festividad,
todos se congregaron en la iglesia, con velas encendidas y canciones de
alabanza. El forastero se sentó en un rincón, mirando la escena con timidez. La
noche transcurrió con oraciones y relatos de los actos de bondad realizados por
San Simón y San Judas, quienes habían ayudado a los necesitados a lo largo de
sus vidas.
Al final de la noche, cuando
todos se disponían a regresar a sus hogares, un joven del pueblo se acercó al
forastero. Le ofrecemos una manta para protegerse del frío y un poco de pan y
queso para comer. El forastero agradeció con lágrimas en los ojos y dijo:
"Nadie me ha tratado con tanta amabilidad en mucho tiempo. ¿Por qué me
ayuda, cuando ni siquiera saben quién soy?"
El joven respondió y respondió:
"Lo hacemos en honor a la generosidad y la compasión de San Simón y San
Judas. Ellos nos enseñaron a ayudar a los desconocidos y a compartir lo que
tenemos con los demás. En su espíritu, te ofrecemos nuestro apoyo y
amistad".
El forastero se sintió
conmovido por las palabras del joven y se quedó en la aldea, donde con el
tiempo se convirtió en un miembro querido de la comunidad. Aprendió las
lecciones de generosidad y compasión que San Simón y San Judas habían enseñado
y, a su vez, las compartieron con otros.
La fiesta de San Simón y San
Judas se convirtió en un recordatorio anual de que, incluso en medio de la incertidumbre,
la generosidad y la compasión pueden unir a las personas y cambiar vidas. La
aldea siguió siendo un lugar donde se valoraban estas virtudes, y todos
vivieron en armonía, siguiendo el ejemplo de los apóstoles.
Y
así, cada año, la fiesta de San Simón y San Judas recordaba a la gente la
importancia de la generosidad y la compasión en sus vidas.
Sábado 28 de octubre, Fiesta de San Simón y San Judas, apóstoles.
Primera lectura
Lectura de
la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 2, 19-22
Ya no sois
extranjeros ni forasteros, sino que sois ciudadanos de los santos y miembros de
la familia de Dios. Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y
profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio
queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al
Señor. Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser
morada de Dios, por el Espíritu. Palabra de Dios
Salmo 18,2-3.4-5
R/. A
toda la tierra alcanza su pregón
El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra. R/.
Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje. R/.
Evangelio
Lectura del
santo evangelio según san Lucas 6, 12-19
En aquel tiempo,
subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo
de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles:
Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano, Santiago, Juan,
Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago Alfeo, Simón, apodado el Celotes,
Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor. Bajó del monte con
ellos y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo,
procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Venían
a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus
inmundos quedaban curados, y la gente trataba de tocarlo, porque salía de él
una fuerza que los curaba a todos. Palabra del Señor
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